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jueves, abril 25, 2024

Silencio

 

El año pasado pasé una estridente fiesta de Año Nuevo en San Francisco, celebrando con varios de mis más viejos y queridos amigos en el contexto de una de las ciudades más ajetreadas del mundo.

Este año, recibí el año nuevo sola. En mi sofá. En pijama. Fue maravilloso.

Por alguna razón me sentí muy atraída a pasar estas fiestas con el Señor, en silencio. “Silencio” fue, de hecho, el tema de mi pequeña fiesta de Año Nuevo. No solo mi casa, completamente en silencio, sino que pasé gran parte del tiempo de esta noche leyendo el nuevo libro del cardenal Robert Sarah “La fuerza del silencio: contra la dictadura del ruido”.

Es un libro maravilloso. Solo he leído un tercio, pero lo recomiendo altamente porque me ha alborotado en mí una extrovertida nostalgia por el silencio, y la corazonada de que Dios me puede llamar a más de eso en este 2018.

El buen cardenal no pierde tiempo para llegar al meollo del asunto. “La pregunta fundamental es la siguiente: ¿cómo puede el hombre realmente ser imagen de Dios? Debemos entrar en el silencio… solo hallamos a Dios en el silencio eterno en el que vive”. A medida que las meditaciones continúan, el cardenal Sarah deja claro que el silencio no es ausencia, sino que es “la manifestación de una Presencia: la Presencia más intensa que existe”. Es en el clamar de nuestros corazones, en cerrar todo el ruido que compite por su atención y nuestros afectos, que encontramos a Dios, que escuchamos su voz. Pero ¿cómo hacemos esto? ¿a dónde vamos para encontrar su presencia?

El cardenal Sarah dice que podemos encontrar su presencia en el Santo Sacramento, “donde nos aguarda la Presencia de todas las Presencias: Jesús Eucaristía” y continúa diciendo que encontramos esa presencia en “las casas de Dios, nuestras iglesias, cuando los sacerdotes y los fieles se esmeran en respetar su carácter sagrado para que no se conviertan en museos, salas de espectáculo o de conciertos y continúen siendo lugares santos dedicados exclusivamente a Dios”.

“Esto me tocó cerca de casa”. Anhelo el silencio en la presencia del Santísimo. Creo que parte de esto es porque tengo más dificultades que la mayoría para lograr el silencio en mi corazón. Me distraigo fácilmente. Para dar un ejemplo: He pasado gran parte de mi vida en Misa diaria, preguntándome si el producto Orange Pledge es seguro para usar en el cuero. Necesito toda la ayuda que pueda para recogerme. En una iglesia silente, en una adoración silente delante de la Palabra hecha carne, puedo a menudo sentir su presencia. San Juan Pablo II dice: “Jesús nos espera en este sacramento del amor, el cual se hace más real en aquellos momentos de silencio, cuando la luz del sagrario me recuerda que Él en efecto, está presente. Sin embargo, puede resultar más fácil decir que realmente encontrar esa iglesia silenciosa. Parece que hemos perdido el sentido de que la iglesia es un lugar sagrado. Más bien, el santuario se ha convertido justo en otro lugar – para la conversación, para enviarnos mensajes e incluso para almorzar. (Si, para almorzar. Hace poco estaba rezando en una capilla pequeña cuando escuché el crujir de una bolsa de comida rápida, unas bancas más atrás. Olía bien. Pero ese no es lugar para ello).

A menudo, antes o incluso después de Misa, vemos principalmente iglesias vacías con un puñado de personas mirando al sagrario en oración silenciosa, mientras que una o dos conversaciones a cerca de la política o de la ola de frío de la semana en medio del santuario, destruyen cualquier esperanza de recogimiento. O las personas intentan rezar en silencio, mientras que una o dos personas se imponen ante los demás para recitar oraciones en voz alta, otra vez rompiendo el silencio y haciendo que la oración personal sea imposible para cualquier otra persona que esté allí.

Por supuesto que encontrar un lugar para el recogimiento es más fácil en una parroquia que tenga una capilla de adoración – las cuales, espero que todos estemos de acuerdo, deben ser siempre lugares en los que hagamos oración en silencio – pero no todas las parroquias cuentan con esa bendición. Y como católicos creemos que nuestros santuarios – no solo las capillas de adoración – son espacios sagrados. Ellas albergan el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de la Palabra hecha carne, Jesucristo. Él está ahí, en su cuerpo físico. Por eso hay un cirio encendido perpetuamente cerca al Sagrario – para recordarnos que ese lugar es diferente. Es terreno sagrado. Un lugar en el que – fuera de la Misa o de eventos públicos bien organizados – ninguno puede venir a encontrar el Dios del universo, en silencio.

Quiero retarte a hacer lo que estoy haciendo en el 2018. A buscar a Dios en el silencio – en el silencio de tu corazón y en el silencio del Sagrario. Y a permitir a los demás darles un espacio para que hagan lo mismo.

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