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jueves, marzo 28, 2024
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Los pobres como sacramento de Cristo

Por: Norma Avilez*

La Doctrina Social de la Iglesia nos devuelve a los orígenes, a ese núcleo central de nuestra fe, “el principio de encarnación”, Dios se hace hombre y en la cruz asume nuestra humanidad.  Es por eso que debemos ver la realidad de los pobres, de las víctimas de tantas injusticias, de los que sufren, para poder hacer una lectura desde la fe con los ojos y el corazón fijos en el Señor, en la Cruz y desde la fuente del Evangelio; nos ubicamos al pie de la Cruz y a los pies de todas las cruces: al mismo tiempo procuramos ser uno con todos reconociendo la dignidad de cada ser humano, compartiendo nuestros bienes y con una fuerte solidaridad con ellos, para que el mundo crea.

Este articulo es acerca de una familia: Mayra una madre de 28 años y su esposo Nicolás, cada uno tiene tres hijos y juntos los están criando como hermanos

En su niñez Mayra, junto con su hermano y su madre sufrieron maltrato y pasaron hambre debido al alcoholismo de su padre; solían ir al cerro a buscar algo de comer, también la gente por caridad les compartía alimentos. Cuando Mayra llego a la adolescencia, se reveló contra la vida y contra Dios, por lo que se fue con el primer hombre que se lo propuso y tuvo tres hijos. Cuando le hablaban de Dios, no quería saber nada de Él, porque se preguntaba  en dónde estaba cuando ellos pasaban días sin comer. Nicolás emigró a los  Estados Unidos, se juntó con una muchacha y tuvieron tres hijos pero su relación fracasó, luego él fue deportado a México y los  hijos se quedaron en Estados Unidos con la madre, pero por falta de buenos cuidados la agencia de protección al menor, Servicios Sociales iba a recoger a los niños por lo que Nicolás se los llevó a México. La madre de Nicolás ayudó a cuidarlos por seis años aunque los niños solo sobrevivían y no iban a la escuela. La abuelita enfermó y quedó ciega por lo que los entregó de nuevo a Nicolás. La hija de Mayra de catorce años no asiste a la escuela debido a su retraso y falta de asistencia para regularizarse en las clases, todos viven en una casa pequeña que les presta una tía que vive en Estados Unidos.

Mayra nos cuenta que ella se juró a sí misma que cuando tuviera hijos, jamás permitiría que pasaran hambre, por lo que es muy trabajadora; seis días a la semana prepara comida para vender en el mercado y todos los días se levanta a las tres de la mañana a freír tortillas para los antojitos que vende, y para cuando sus hijos se van a la escuela ella también sale a vender. Diariamente pica hasta trece lechugas al día y hace una cubeta de salsa. Ella da gracias a Dios que no le falta que comer, aunque sí pasa muchos apuros porque todos los niños van a la escuela. El sueño de Mayra es comprar un terreno para construir su propia casa, pero por ahora la necesidad más urgente es comprar una camioneta para transportar su comida ya que muchas veces los microbuses no quieren transportarla porque lleva muchas cosas y tiene que pagar taxi. Su esposo Nicolás trabaja de albañil.

Punto de vista desde el documento de Aparecida

“La familia, “patrimonio de la humanidad”, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos”[2]

Por lo anterior, esta pareja de seis hijos es un tesoro que debemos cuidar, para que esta familia llegue a ser lo que está llamada a ser, como dice el documento de Aparecida.

“…la plenitud de vida que Cristo nos ha traído: con esta vida divina se desarrolla también en plenitud la existencia humana, en su dimensión personal, familiar, social y cultural”[3]

Cristo quiere que todas las personas vivamos en plenitud en los dos estados de nuestra vida: el espiritual y el corporal, ya que Cristo se hizo carne. Esto nos dice que la vida cristiana se debe preocupar tanto por el aspecto espiritual como por el material; esta familia necesita mucho de ambos aspectos, debido a la gran necesidad económica que están viviendo y porque traen un pasado de sufrimiento, que sólo lo podrán sanar y superar con la fe en Cristo Jesús.

Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico “ilumina el misterio de Cristo”. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre.[4]

Por lo tanto, no puedo cerrar mis ojos y mi corazón ante el dolor  y la necesidad de esta familia. Dios me ha hecho ver la realidad y el ayudar a esta familia es un deber moral. Todo es de Dios, nosotros tan solo somos los administradores y todo lo que Él nos da debemos compartirlo con los más necesitados.

“En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños”. (Mateo 11,25) Bendito sea Dios porque nuestra Iglesia es un Iglesia de pequeños y pobres, todos los miembros de la Iglesia debemos intervenir en favor de ellos, y ver en cada pequeño y pobre al mismo Cristo y a María.

 “¿Por qué no socorremos a la naturaleza mientras tenemos tiempo? ¿Por qué, carne que somos, no sufrimos la humildad de la carne? ¿Cómo nos entregamos entre las calamidades de nuestros hermanos? Dios me libre de ser yo rico mientras ellos están en la indigencia, ni de gozar de salud robusta si no trato de curar las llamas de ellos, ni de tener comida sobrada, vestirme bien y descansar bajo techo, si no les alargo a ellos un pedazo de pan y les doy, según mis fuerzas, parte de mi vestido y no los acojo bajo mi techo”. San Gregorio Nacianceno, sobre el amor a los pobres.

 

[1] Aparecida p. 8

[2] Aparecida 3, p.19

[3] Aparecida 13, p. 39

[4] Aparecida 8.3 p. 206

Norma es estudiante del último trimestre de la Universidad Anáhuac México Sur, en convenio con Centro San Juan Diego y hemos decidido publicar su trabajo del curso de Doctrina Social de la Iglesia.

Foto de Roi Dimor/ Unsplash

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