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viernes, marzo 29, 2024
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La Luz de la Fe: Primera encíclica de Francisco

Con la primera encíclica del Papa Francisco, recibimos todos como Iglesia, un regalo muy valioso en el Año de la Fe, del que podemos cosechar muchos frutos.

Uno de los elementos más significativos de Lumen Fidei es que se trata de un documento que, como dijo el Santo Padre, ha sido trabajado “a cuatro manos”. Benedicto XVI redactó el primer borrador de la encíclica, y después de su renuncia, se lo entregó a Francisco, quien añadió algunas reflexiones suyas y finalizó el texto. Para alguien con una  mirada meramente mundana, esto podría ser un problema: ¿Quién es en realidad el autor? Pero para un creyente, es un ejemplo hermoso del misterio de la Iglesia: el autor es el Papa, Pedro mismo que confirma a sus hermanos en la fe.

El Cardenal Marc Oullet, Prefecto de la Congregación para los Obispos, lo dijo claramente en la presentación del documento: En ella “hay mucho de Benedicto y todo de Francisco”. Y esas cuatro manos han preparado uno de los regalos más hermosos que el Papa ha dado a la Iglesia.

Lumen Fidei tiene un estilo dinámico, que combina muy bien la necesidad de dialogar con el mundo y responder a sus posibles objeciones a la fe, con la profundización en las verdades reveladas por Dios, iluminados por la tradición y la teología. Es un texto hermoso y profundo que vale la pena leer.

La encíclica se abre con la pregunta sobre la luz: desde antiguo el ser humano ha hallado una especial fascinación ante la luz. El mundo está hambriento de luz, de la luz auténtica que no son los dioses de los paganos, sino la fe en Cristo. Para el mundo moderno,  nuestra fe es vista como una luz ilusoria, un espejismo que supuestamente acalla las verdaderas preguntas. Pero el mundo nunca ha podido responder a lo que el corazón humano anhela. Sólo en Cristo, Dios y hombre, se aclara nuestro misterio.

Esa luz de la fe debe ser descubierta cada vez más. En Abraham encontramos un hermoso ejemplo de confianza en Dios. Él siempre anduvo movido por las promesas de Dios y por eso nos enseña a crecer en la “memoria del futuro”. El Papa utiliza esta expresión que a primera vista parece absurda: ¿Acaso podemos recordar lo que aún no ha sucedido? Para el creyente, la fe resuelve esta contradicción: Sí, tenemos “memoria del futuro” cuando avanzamos en la vida recordando las promesas de Dios que no fallan.

La fe de Israel halla su plenitud en la fe en Jesucristo: Él es no sólo la plena manifestación del amor de Dios, sino también aquel quien se acerca a nosotros para enseñarnos a creer. Creemos en Jesús y a Jesús; creemos con Él. Y así, Él nos introduce en la Iglesia. La fe es siempre un acto eclesial: creemos por los otros y con los otros. La Iglesia es la transmisora de la fe, a través de cuatro tesoros que ella, como buena Madre, nos comparte desde su memoria: el credo, los sacramentos, la oración, los mandamientos.

La fe es un don que recibimos y que, contrariamente a lo que algunos piensan, nos invita a conocer más. Sólo creyendo podemos conocer; y sólo conociendo podemos afirmar mejor nuestra vida. Por eso, la fe nos abre al amor y a la verdad, dándole sentido a nuestra existencia, iluminando nuestra razón y permitiéndonos conocer mejor a Dios.

Finalmente, la fe es necesaria, no sólo personalmente, sino también para el mundo; lleva al bien común y promueve la justicia y la paz. La fe se recibe en la familia y contribuye a valorar la vida familiar. Por ello mismo, la fe se transmite también a la sociedad y permite reconocer en el mundo la huella de Dios, dando sentido a nuestro trabajo, así como a nuestro sufrimiento. Sólo la luz de la fe puede penetrar en el oscuro misterio del dolor. Dice el Papa: “La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar” (57).

Lumen Fidei es un regalo para nuestro tiempo. Nos toca acogerlo y hacerlo fructificar para que, como dice Francisco, “no nos dejemos robar la esperanza” (57).

 

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