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viernes, marzo 29, 2024
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Jesucristo, el centro de todo lo que hacemos y somos

(Foto de Catholic News Agency)

Por: Padre Héctor Chiapa-Villarreal

Cuando participamos en la Santa Misa, entramos en un espacio sagrado que nos permite encontrar a Jesucristo mismo, quien baja del cielo para convertirse en nuestro pan de vida. En la celebración de la Eucaristía encontramos “el centro y la cumbre de nuestra vida Cristiana” tal y como lo enseña el Concilio Vaticano II. Cristo está real y verdaderamente presente en la Eucaristía, en su cuerpo y en su sangre, en su sagrada humanidad entera y en la perfección de su divinidad.

Cristo es la razón principal por la cual participamos en la misa todos los domingos; venimos a ser alimentados por el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía, los cuales nos los ofrece la Santa Madre Iglesia a través del ministerio sagrado del sacerdocio.

El lugar más importante en la Iglesia es el presbiterio, dominado por el altar y el sagrario; el altar al mismo tiempo simboliza a Cristo en su sacrificio pascual y asimismo le recibe durante la consagración. El sagrario es la morada de Dios, porque las hostias consagradas que guarda son la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Todo en la Iglesia converge hacia el altar y el sagrario, en una palabra, hacia la Eucaristía, llamada por San Juan Pablo II ‘nuestro polo norte espiritual’, el lugar sacro hacia donde nuestros corazones se dirigen con atracción suprema.

No es el sacerdote, el diácono ni ninguno de los ministros quienes deben ser el centro de atención durante la misa, sino simplemente Cristo, el Señor, quien baja del Cielo para convertirse en el pan de la vida. Por tanto, con la intención de permitir a la asamblea estar más centrada en Cristo en la Eucaristía, es más prudente que los músicos y sus instrumentos ocupen el área del coro en la Iglesia, que en la gran mayoría de los templos se encuentra en la parte de atrás.

El ministerio de la música es tremendamente importante, porque como dice San Agustín: ‘el que canta ora dos veces’. Los músicos en la parroquia nos ayudan a elevar nuestras mentes y corazones a Dios al dirigirnos en oración a través de los cantos de la misa. Nosotros realmente damos a Dios gloria y alabanza a través de nuestra música y cantos, y los músicos tienen un rol muy importante en la liturgia, el cual incluso llamaría central.

Sin embargo, todos nosotros, clero, ministros laicos y músicos por igual debemos abrazar de corazón las palabras que San Juan Bautista refiere a Cristo: ‘Él debe crecer y yo debo disminuir’. Debemos aprovechar toda oportunidad que tengamos para ser más humildes y permanecer escondidos, para así permitir a Cristo brillar a través de  nosotros y a nuestro alrededor. El colocar a los músicos en el coro en la parte de atrás de la Iglesia no es un desprecio o un mensaje implícito de rechazo. Por el contrario, es una instrucción espiritual para ayudarles a crecer en la humildad y en el desempeño de su ministerio permitiendo que Cristo brille a través y por encima de su talento musical.

Nosotros en la Iglesia apreciamos a nuestros músicos, respetamos su rol en la liturgia y asimismo admiramos sus talentos. El pedirles a ellos que canten desde la parte de atrás ayuda para que todos juntos podamos crecer en nuestra búsqueda y encuentro con Cristo, realmente presente en la Eucaristía; El quien es “el Camino, la Verdad y la Vida”, el salvador del mundo a quien le debemos nuestra entera atención.

 

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