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martes, abril 23, 2024
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«Este es mi cuerpo…»

«Muchos de sus discípulos al oírle dijeron: ‘Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?’… Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”. (Jn 6:60 y Jn 6:66)

¿Qué fue lo que dijo Jesús que hizo que sus discípulos le dieran la espalada? Él dijo directa y repetidamente: “si no coméis la carne del hijo del hombre, no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn. 6:530) y para aclarar que no estaba hablando simbólicamente les dijo: “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn. 6:55).

Por primera vez, Jesús les estaba hablando sobre su presencia real- cuerpo, sangre, alma y divinidad- en la Eucaristía, algo que en esos momentos les pareció muy raro a los discípulos.

De acuerdo con el Centro de Investigaciones Pew, sus discípulos de esta era moderna tampoco están respondiendo a la misma cuestión de una mejor manera.  Un estudio reciente reveló que al menos un tercio de todos los católicos creen en la transubstanciación- que la Eucaristía es en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo.  Entre los que asisten a misa semanalmente, las cifras mejoran ligeramente con un 63% que creen en la transustanciación.  No obstante, eso significa que incluso entre los católicos practicantes, más de un tercio desconocen la doctrina (23%) o son conscientes, pero la rechazan (14%).

Me entristecen estos resultados, pero no me sorprenden.  Tampoco culpo del todo a estos católicos incrédulos. ¿Cómo podemos esperar que sepan de lo que no son conscientes o que nunca se les ha explicado adecuadamente? Una gran mayoría de los católicos bautizados no asisten a misa. Y entre los que sí lo hacen, la mayoría reciben poca o ninguna instrucción sobre su fe fuera de la homilía semanal de 10 minutos, que se olvida rápidamente, rara vez es sobre la Eucaristía, y realmente no pretende ser una catequesis sobre los fundamentos de la fe.

No creo que la investigación haya estudiado el porcentaje de lectores de periódicos diocesanos que no creen en la presencia real, pero dado los números anteriores, sospecho que hay más de ustedes, por lo que creo que todos podemos hacer una breve reseña.

Primero que nada, es verdad. Tan loco como parece, en realidad sí creemos que una pequeña oblea y un cáliz de vino se convierte en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.  Desde un principio parece una locura, como lo demostró el pasaje anterior. Lo que encuentro interesante es que, cuando los discípulos se alejaron, Jesús no los persiguió, no trató de explicar que solo estaba hablando simbólicamente. En cambio, simplemente se volvió hacia los doce y les preguntó si también se iban a ir.  Estaban tan desconectados como los demás, pero se quedaron porque, como decían: “¿A quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:68).

Asimismo, durante la Ultima Cena, Jesús partió el pan y dijo: “Ese es mi cuerpo”. Y se instituyó la Eucaristía.  Esta fue la comprensión de los apóstoles que estaban presentes, y de aquellos que aprendieron directamente de los apóstoles. Desde los primeros tiempos, la Iglesia entendió y enseñó que la Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En varios milagros eucarísticos a lo largo de los siglos, las hostias consagradas han sangrado o se han hecho carne. En al menos una ocasión (busca en Google: Lanciano), la evaluación científica confirmó que la muestra consiste de tejido cardiaco, que no contiene conservantes y que no se ha descompuesto en mas de 800 años.

Cuando nos acercamos al altar para la comunión, el sacerdote levanta la hostia y dice: “El cuerpo de Cristo”, y nosotros respondemos: “Amen”, que es una afirmación de la verdad de nuestra creencia. Eso a su vez, significa que un porcentaje significativo de católicos en un domingo determinado, está parado diciendo que lo creen cuando en realidad no lo creen, lo cual es algo lamentable.

El documento del Vaticano II, Lumen Gentium, llamó a la Eucaristía «La fuente y la cumbre de la vida cristiana». A través de ella, Cristo realmente se convierte en uno con nosotros. Su cuerpo se incorpora a nuestros cuerpos. Nos convertimos en «una sola carne». Él no es solo una presencia espiritual en nuestras vidas. Realmente vive en nosotros de la manera más real y tangible posible. Al recibirlo dignamente, nos transformamos. Nos vestimos de Cristo, nos convertimos en «nuevas creaciones». Recibimos la energía y poder para traerlo al mundo.

Aparte de recibirlo, él nos cambia a través de este Santísimo Sacramento. Santa Teresa de Calcuta y sus hermanas pasaban una hora diaria adorando a Jesús en la Eucaristía.  Ella expresó que sus hermanas no habrían podido hacer el trabajo que hicieron durante la semana, sin las gracias que recibían durante su tiempo de adoración.  También dijo:

“La Adoración del Santísimo Sacramento, es el mejor momento que pasarás en la tierra. Le dará al alma un aspecto mas eternamente glorioso y hermoso en el cielo.  Una hora santa de adoración ayuda a traer la paz eterna a tu alama y a tu familia. Nos trae paz personal y fortaleza. Nos trae un mayor amor por Jesús, por los demás y por los pobres. Cada hora santa profundiza nuestra unión con él y da mucho fruto”.

Me entristece que tantos católicos abandonen la Iglesia sin comprender el gran tesoro eucarístico al que están renunciando. Y más me entristece que los que permanecen no entienden o han perdido la fe de este don tan preciado.

Quiero alentarlos a redescubrir la Eucaristía.  No debes conformarte solamente con aprender lo que escuchas en la homilía los domingos. Los santos han estado escribiendo sobre las glorias de la Eucaristía desde que han existido los santos. Búscalo en Google. Lee y medita. Mejor aún, lee y medita en la presencia del Señor, en tu capilla local durante la Adoración Eucarística. Y luego recíbelo a menudo y dignamente.

No seas el discípulo que se va.  Sé el que se queda a los pies del Maestro. Él tiene las palabras de vida eterna.

 

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