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jueves, abril 25, 2024
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Confiar en Dios es un acto de voluntad

Por: Marybeth Bonacci

Soy sobreviviente de cáncer, aunque fue breve y relativamente fácil de tratar. Pero después de esto los doctores se vuelven hiper vigilantes por posibles nuevos tipos de cáncer. Periódicamente pueden ver en mí algo sospechoso y tengo que pasar una incómoda semana esperando los resultados de nuevos exámenes. Durante años he estado saludable pero el cáncer podría aparecer de nuevo.

Cuando estoy saludable y me va bien en mi vida, leo acerca de las personas que valientemente enfrentan enfermedades y pienso: “Yo también lo haría. Sería valiente, confiaría en Dios y tendría siempre una gran sonrisa”.

Pero luego «eso» – o incluso la vaga amenaza de un posible «eso» – sucede, y me desmorono como un pastel.

Resulta que yo, con un cerebro sobregirado por pensar más de la cuenta y con la inclinación que, como hija primogénita tengo, a tener todo bajo control, a veces me es difícil “dejar ir y dejar a Dios”.

Naturalmente que en las partes racionales de mi mente sé que Dios me ama, y que Él tiene un plan, que todo lo hace bien. Sé que Él es mi padre amoroso y poderoso y, por lo tanto, es eminentemente confiable.

Hace no mucho tiempo me encontré con un libro chiquito y flaquito escrito por el padre Jacques Philippe acerca de Santa Teresita de Lisieux titulado “La confianza en Dios”. Él escribe sobre su increíble confianza infantil en Dios. El tipo de confianza que hace que el resto de nosotros nos sintamos pecadores y paganos. Pero él también entra en un gran detalle acerca de la insistencia que Dios conoce y que entiende nuestras debilidades, y que “el buen Dios no exige más de ti que la buena voluntad” ¿Buena voluntad? ¡Creo que puedo lograrlo! La buena voluntad no quiere decir estar satisfecho con la mediocridad. No quiere decir que nosotros no tratamos porque Dios nos ama como somos. Simplemente quiere decir que, a pesar de nuestras debilidades, estamos haciendo lo mejor si seguimos a Cristo, y si hacemos lo que Él nos llama a hacer.

La confianza en Dios no es algo que ocupe primariamente nuestros sentimientos. Es un acto de la voluntad. Nuestras emociones muchas veces están fuera de control y no pueden ser indicadores confiables de santidad o falta de ella.

Pero todavía podemos decidir esto, no importa lo que nuestras emociones puedan estar haciendo, la parte racional de nuestra mente, la parte que podemos elegir libremente, al elegir confiar en Dios. Hacer esta elección no quiere decir que automáticamente nuestra ansiedad va a desaparecer de manera mágica.  Más bien quiere decir que estamos escogiendo, en la medida en que podamos, confiar en Él.

Mientras sigamos rindiéndonos a Dios a pesar de la ansiedad, comenzará gradualmente a suceder algo hermoso. Comenzaremos a experimentar un sentido de paz que supera el miedo. Es hermoso cuando esto sucede. Pero no es obra nuestra.

En su acción, el Espíritu se mueve en nuestros corazones, anulando nuestras hormonas y nuestras emociones para permitir que comencemos una experiencia en la que “la paz sobrepasa cualquier entendimiento”.

Irónicamente, el tiempo en el que he experimentado esta paz de manera más notable es cuando tenía cáncer. Vino la noche que estaba esperando mi diagnóstico final, cuando estaba orando en la capilla del Santísimo y dije: «Bueno, supongo que si me quieren, allá iré». Al reconocer mi total impotencia y dependencia de Él en medio de una crisis, Él me dio un profundo sentido de paz que duró todo mi tratamiento. Entonces entiendo que esto puede suceder.

Si hay una cosa cierta en la vida, es que vendrán momentos de dificultad. Cuando esto ocurre, recomiendo, aún en momentos de ansiedad, repetir una y otra vez “Jesús, te entrego todo a ti. Cuida de todo”. Y, en las formas que Él conoce, ten la certeza de que lo hará.

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